sábado, 13 de julio de 2013

Hace 20 años despedíamos a Germán



Hoy se cumplen 20 años del fallecimiento de Germán Abdala. Compartimos la nota conmemorativa de la revista "Mala Palabras" donde nuestro compañero Marcelo Paredes, responsable del reciente libro que nos cuenta quién es Germán Abdala, se explaya sobre detalles de la vida de este luchador infatigable y de tiempo completo, que nos dejó físicamente, pero como bien el autor “aún nos guía”. 

Por Marcelo Paredes (director de CTA Ediciones y autor de ‘Germán Abdala. Aún nos guía’). Publicada en la edición n° 18 de Malas Palabras.


Germán Darío Abdala nació un 12 de febrero de 1955 en una estancia llamada “La Linconia”, ubicada entre San Clemente y General Lavalle, en la provincia de Buenos Aires. Allí fue parido porque en ese establecimiento rural atendía el único médico de la zona pero vivió toda su infancia en Santa Teresita, bien cerquita del mar...


Fue el primer hijo de Ana Mercedes Fulco y Manzur Abdala, prósperos comerciantes del por entonces pequeño balneario costero. Quince meses después nacían sus hermanas, Analía y Mirta, las mellizas Abdala.

Su infancia fue de mar, de libertad sin miedos, de amigos por todos lados, de pescas interminables y brisas con gusto a sal. Gordito, simpático, altamente sociable y vagabundo alternaba entre los más acomodados del pueblo y los más humildes de la periferia, siempre acompañado por Picho, su perro entrañable. 

Pero los viejos se separaron y se terminó el mundo color de rosa. Allá fueron Germán y las mellizas a un internado en San Clemente del Tuyú mientras los padres arreglaban sus cosas. Los rigores de las monjas, los silencios del claustro y un dormitorio colmado de pibes sin besos de las buenas noches dejaron atrás los días de infancia al aire libre. 

Cuando las cosas se acomodaron un poco, los tres Abdalitas se fueron a vivir a Buenos Aires con la vieja y empezó una nueva vida para todos. Germán cursó el secundario pero nunca lo terminó. La militancia social le había ganado el corazón y las asignaturas quedaron pendientes. Las villas de Parque Patricios y Barracas lo conocieron despuntando el vicio de la política y ya no paró. “Yo siempre he sentido esto como lo que es, un acto de entrega permanente” confesó años después.

Cuando llegó a la Capital, el movimiento obrero nacional vivía la experiencia que se conoció con el nombre de la CGT de los Argentinos: Ongaro, Tosco y el Cordobazo, el Rosariazo con Héctor Quagliaro a la cabeza, el periódico de Rodolfo Walsh y otros hechos que conmovieron a la Argentina bajo la dictadura de Onganía.

Algo de eso conmovió al joven Abdala y lo llevó a acercarse a la Agrupación Peronista Amado Olmos, integrada por muchos de los que encabezaron aquellas luchas, y a militar en el Frente Barrial primero y luego en el terreno sindical.


En una reunión de la agrupación se acercó a alentar a un joven sindicalista estatal que había sido verdugueado durante su discurso por uno de los viejos referentes. “No le des bola a ese carcamán. Estuviste muy bien”, le dijo Germán, solidario, y fue el comienzo de una amistad inalterable que duró 20 años. El sindicalista se llamaba Víctor De Gennaro y había sido elegido recientemente como secretario general de la Junta Interna de la Secretaría de Minería de la Nación.  

Para ese entonces, “el negro” o “el turco” Abdala vivía con Yuri, su mujer, y hacía todo tipo de changas para vivir en su casita de Saavedra. “Los recuerdo encordando raquetas mientras escuchaban a Quilipayun”, recordó hace poco, Mirta, una de las mellizas.

En 1975 De Gennaro lo hace entrar como pintor en los Talleres de Minería  y  se convirtió en trabajador del Estado, afiliado a ATE y militante sindical tiempo completo. Tenía 20 años, el pelo largo y el espíritu transformador propio de la juventud maravillosa. Pero la felicidad duró poco. A los 3 meses de entrar en el Estado, se produce el golpe militar y todo cambia de un plumazo.

ATE, a través de su secretario general, Ricardo Horvath, decide autointervenirse y colaborar con la dictadura. Miles de militantes estatales son prescindidos o puestos a disponibilidad, otros son expulsados del sindicato y se prohíbe la actividad sindical. 

Como suele contar Víctor De Gennaro, unos desde adentro y otros desde afuera comenzaron a resistir a la dictadura y a la autointervención. Menos de dos años después, daban inicio a una agrupación sindical, a escondidas de la represión, a la que llamaron Agrupación Nacional Unidad y Solidaridad en ATE: ANUSATE. 

Mientras tanto, Germán se ganaba el respeto de sus compañeros de Minería, tanto los de talleres como los de laboratorio, y comenzaba a moverse ya en el ámbito de la seccional Buenos Aires de ATE. 

El 27 de abril de 1979 nadie trabajó en la Secretaría de Minería durante el primer paro que se le hizo a la dictadura militar y ese acto masivo de compromiso y valentía, posicionó a Germán entre sus compañeros, en la seccional y en la agrupación. 

Para 1983, con la llegada de la democracia, ya era el candidato a secretario general de la seccional porteña y, su amigo “el Tano” De Gennaro, el candidato para ATE Nacional. En noviembre de 1984, las urnas legalizaron lo que la militancia ya había legitimado. La verde ANUSATE conducía los destinos del viejo sindicato y recuperaba la organización para los trabajadores estatales. Abdala pasó a ser el secretario general más joven de la historia de ATE Capital con solo 29 años.  

Dicen los más veteranos del histórico edificio de la calle Carlos Calvo que cuando Germán entraba al sindicato, todos lo notaban aunque no lo escucharan ni lo vieran. Era como si su presencia se percibiera en el aire. Tal vez por eso y por su entrega total y coherencia política, fue reelecto en 1987 y en 1991. En esta última ocasión, a regañadientes y apretado por la coyuntura y sus compañeros. Le avergonzaba la Re-Re y ya le fallaba la salud.

Mientras recuperaba ATE en los primeros años de la democracia retornada, también quería recuperar a la CGT y al peronismo para un proyecto de transformación. Apostó por última vez a la vieja central con la experiencia de Ubaldini y la CGT Brasil y, peroncho como su viejo, quiso renovar al Justicialimo en Capital y armó con Chacho Alvarez, Claudio Lozano y muchos más el MRP (Movimiento Renovador Peronista).


Así fue secretario general del Partido Justicialista porteño y luego candidato a diputado nacional por la ciudad en el quinto lugar de la lista de un Ménem que venía a arrasar con todo lo que Germán quería renovar. 

Allí fue donde “el negro” Abdala mostró toda su catadura. Le dijo al riojano lo que pensaba, delante de todos, en una reunión en la Quinta de Olivos y cumplió con lo que dijo desde el Congreso de la Nación junto al llamado Grupo de los 8, legisladores peronistas que resistieron el neoliberalismo más salvaje. Y renunció a los cargos y a la afiliación al Justicialismo, cuando su partido avaló sin memoria ni vergüenza el ignominioso indulto a los genocidas. 

Atravesado por una enfermedad que ya hacía estragos, acusado de peronista y tentado inútilmente con sobornos fue fiel al mandato de los que lo llevaron a estar sentado en esa banca. Algo que la mayoría de los integrantes de la Cámara Baja, de ayer y de hoy, se lo siguen reconociendo.

Con las últimas fuerzas apoyó el nacimiento de la CTA en un colmado gimnasio en noviembre de 1992 y se despidió de sus compañeros y compañeras tras recibir miles de caricias que apenas toleraba su cuerpo dolorido.

Su currículum militante registra su participación en la filas de la resistencia obrera a la dictadura y la lucha por el retorno de la democracia y los derechos humanos; el logro de recuperar un sindicato de los cómplices dictatoriales con libertad y democracia sindical y la audacia, cuando creyó que con eso no alcanzaba, de fundar junto a muchos una central alternativa y la semilla de un movimiento político que aún no germinó.

Fue un compañero con una ética irrenunciable, una sonrisa compradora y la ventaja que da la simpatía. Le tocaron en suerte virtudes esenciales para la política y para la vida: claridad conceptual, cabeza abierta, espíritu solidario, oratoria, buena imagen, poder de convencimiento, mañas discursivas, picardía bien usada, intuición y buena leche.  

Se fue un 13 de julio de hace 20 años, sin velorio ni coronas por su expreso pedido. Sus cenizas las tiene el mar por la zona de Santa Teresita. Su recuerdo y su ejemplo se palpan en cada uno de nosotros. Y así parece que seguirá siendo.