El pasado lunes 5 de noviembre, en el aula magna de la
Facultad de Trabajo Social de la Universidad de la Plata tuvo lugar la
presentación del libro Masacre en el Pabellón Séptimo. El encuentro estuvo
organizado por la Cátedra Libre Germán Abdala, y bajo el formato de mesa de
debate contó con la presencia de tres disertantes: Claudia Cesaroni (autora del
libro), Hugo Ricardo Cardozo (sobreviviente de la masacre del pabellón séptimo
y colaborador del equipo de investigación de Claudia) y Tristán Basile (en representación
del Colectivo Atrapamuros: educación popular en cárceles).
Los sucesos que construyen la masacre refieren que el 14 de
marzo de 1978 decenas de personas murieron carbonizadas y algunas de ellas, con
disparos de ametralladora, en el pabellón 7 de la Cárcel de Devoto, dependiente
del Servicio Penitenciario Federal. En ese pabellón vivían 160 presos llamados
“comunes”. Enfrente, separados por un patio interno, estaba el pabellón de
presas políticas. Algunas de ellas vieron cómo decenas de presos, jóvenes la
mayoría, gritaban desesperados pidiendo ayuda, mientras se quemaban vivos. Lo
que pasó allí se conoció como “Motín de los colchones”: uno más de las decenas
de hechos que se llaman motines y que en la propia definición marcan un tipo de
mirada sobre lo que sucede en la cárcel: los presos no solo son brutales, sino
que además, son brutos, y en lugar de
pedir algo civilizadamente, se prenden fuego, o queman colchones, y como
consecuencia de esa inconsciencia, mueren de a decenas. Sucedió en 1978, en
plena dictadura militar, pero también en 2005, en la provincia de Buenos Aires
(Penal de Magdalena: 33 muertos), en 2007, en la provincia de Santiago del
Estero (Penal de Varones: 34 muertos), y en decenas de casos en los que en
institutos, cárceles y comisarías, se repite los hechos y las definiciones:
muertes por quemaduras y/o asfixia, como consecuencia de un motín.
En el caso de los hechos sucedidos en la cárcel de Devoto el
14 de marzo de 1978, además de candados, hubo armas: ametralladoras que
dispararon a las cabezas y los cuerpos de personas que intentaban tomar algo de
aire en las ventanas enrejadas. Algunos de los que sobrevivieron al fuego, el
humo, y los disparos, terminaron de morirse en calabozos de castigo. Pocos
fueron atendidos en un hospital público, o en el hospital de la misma cárcel.
Durante la charla la autora comentó que los objetivos que se planteó
junto a su equipo a la hora de investigar el hecho fueron; en primer lugar
visibilizar la masacre como lo que efectivamente fue, una masacre (y no un
motín), en segundo lugar generar una publicación que tenga como fin divulgar al
gran público lo ocurrido durante la masacre, y en tercer lugar que la masacre
del pabellón séptimo sea reconocida como un delito de lesa humanidad.
Al respecto Hugo Cardozo, testigo en primera persona y
sobreviviente de la masacre planteó su deseo cómo víctima: “me quedo tranquilo
si el delito es reconocido como un delito de lesa humanidad, después que la
justicia actúe”. La causa al día de hoy, luego de estar 35 años archivada, podría
estar a punto de reabrirse gracias al pedido formal que Hugo realizó Hugo en el
Juzgado Federal Número 3, a Cargo del juez Rafecas.
Por su parte, la disertación de Tristán contribuyó a pensar
la cuestión carcelaria y la situación de personas en contexto de encierro,
tendiendo los puentes entre el pasado y el presente, y dejándonos una
interesante pregunta: ¿es casualidad que la gran mayoría de los más de sesenta mil
presos sean jóvenes de clases bajas?
Todo preso es político.